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"Aparecí un día por casualidad. El prado era lindo y pensé que allí estaría bien. La brisa era suave, el sol cálido, sin abrasar. Sí, allí estaría bien.
Un joven me sedujo con su paso al día siguiente. Sonaba bello y mis encantos florecieron.
El joven no pasó de largo sino que se detuvo justo ahí, al borde del camino, para acariciar mis pétalos, su suave tacto. El joven no hablaba, sólo alentaba lindo, y yo ahí, con esos pelos, con el rocío matinal todavía sin desvanecerse.
El joven miró mi talle; se apartó un poco; movió y no movió la cara, para terminar acercándose de nuevo y, con un leve pero mortal tirón, partir mi talle.
"¡Eh!, ¡que muero!" -exclamé-, pero el joven no parecía oír y me colocó extenuada a través de un ojal de la solapa de su chaqueta. "¡Eh... tú...! -insistí- ¡que muero!..." Pero el chico no pareció darse cuenta de mi drama y sólo silbaba camino ya del valle. Allí le esperaba su amiga, recién duchaba por otro tipo de rocío. Allí estaba ella, otra flor que se miraría en el sinsentido de mis pobres pétalos para sonreírse simplemente."
(Braddha Bala)
(Foto: Pavel Kiselev)
(Foto: Pavel Kiselev)