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Conocí un actor que tanto se identificó con el personaje que interpretaba en la escena, que se alienó y tuvo que recuperarse en un psiquiátrico. Pues nosotros tambien podríamos finalmente ir a parar a uno si se examinase el grado de identificación que tenemos con la imagen y la autoimagen, con el pequeño y esclerótico yo, con nuestras pautas y viejos patrones, con las descripciones que los demás han hecho de nosotros y con el holograma que nosotros hemos creado sobre nosotros mismos. En suma, somos lo que no somos, y el secreto y la proeza está en tratar de convertinos en lo que somos y que, por paradójico que resulte, es lo que nunca hemos dejado de ser. O sea, que no se trata de seguir poniéndonos más y más capas, sino de empezar a desenmascararnos por doloroso que resulte. Mientras tanto estamos sirviendo y al servicio de uno que no somos nosotros mismos y que está configurado por lo que hemos ido adquiriendo y que se ha ido superponiendo sobre la esencia. Llega un momento, a no tardar y a corta edad, en que la personalidad y el ego comienzan a desplazar, esconder y debilitar la esencia y el yo más real. Ahí comienza a producirse un verdadero drama y empezamos a vivir desde el que no somos y no desde el que somos. ¿Puede haber mayor traición, mayor despropósito, más descomunal desatino? Y pasamos la vida, o sea setenta u ochenta años, jugando a ser el otro y no nosotros mismos. Pero el diezmo que se paga por ese sinsentido es elevadísimo, y da por resultado un proceso de discapacidad emocional que cursa con síntomas tales como profunda insatisfacción, descontento, vacío existencial, frustración y un trasfondo de ansiedad y amargura. A todo ello hay que añadirle que apenas nos conocemos y que en verdad solo somos completos en nosotros mismos cuando nos conocemos y reconocemos. El trabajo, pues, consiste en desarmar la estructura que creemos ser sin ser y poner los medios para ser el que nunca hemos dejado de ser. Al recobrarnos a nosotros mismos, hallaremos nuestra propia identidad o naturaleza, pero además ganaremos en paz interior, lucidez, sabiduría y contento. En tanto no logramos acercarnos a nosotros mismos, seguirá imperando un sentimiento de profunda insatisfacción, por muchos objetivos que podamos conquistar en la vida cotidiana. Incluso el progreso exterior, si no va asociado al interior, aún nos puede hacer sentir peor, más huérfanos de nosotros mismos y más incompletos todavía. Por mucho que uno quiera ocultárselo, este es el crudo panorama, ya que por no querer verlo no deja de existir. Cuando la persona, a través de su propio discernimiento, se percata de lo que sucede, o se abandona a su alienación y discapacidad emocional (o sea a la supina necedad) o trata de dar un giro a su vida interior y comienza a adiestrarse para recobrar la visión correcta. Es muy significativa la narración espiritual de la paloma que he incluido en mis varios volúmenes de historias del espíritu. Recordémosla:
Al amanecer una paloma se cuela en un templo cuyas paredes son espejadas. Antes de que el día despuntase, el sacerdote había colocado una rosa en el centro del santuario, reflejándose en todas las paredes del templo. La paloma, tomando los reflejos por la realidad, comenzó a lanzarse contra una y otra pared en busca de la rosa. Al final su cuerpecito se reventó y,ya muerta, fue a caer sobre la rosa verdadera. Los mentores espirituales nos insisten en que no persigamos los reflejos y apuntemos directamente a la rosa: la rosa del Conocimiento.
Al identificarnos tanto con el espectáculo, perdemos la consciencia del espectador. El ego adquiere todo poder, robado al espectador, porque nuestra energía se pone toda en los afanes, apegos y aversiones, lo que nos hace perder la presencia de ser y nos enajenamos. Nos fascina el ego, como a la paloma los reflejos, pero no el ser. Nos des-centramos y nos vamos alejando de nuestra naturaleza original, creando más y más ataduras, convirtiendo la vida al final en "dos o tres momentos de confusión y se acabó". Al vivir solo para la imagen y el ego, no vivimos para nosotros. La visión del ego es torpe y limitada, creando conflicto y dualidad. Y no es aferrándose al ego como es más uno mismo, sino que así nos vamos cada vez amurallando más y fabricando más autoengaños. No nos sentimos bien porque estamos fragmentados. Nos hemos estancado en el proceso de maduración y así al no habernos desarrollado completa y armónicamente, experimentamos mucho dolor psíquico que bien podríamos evitar.
Mediante el trabajo que podemos ir haciendo sobre nosotros mismos, iremos consiguiendo, no sin dificultad, vernos, conocernos, transformarnos e irnos realizando. Forman parte de este trabajo interior la vigilancia de la mente, la palabra y los actos; la observación y examen de sí mismo para poderse descubrir; el examen de la reacciones egocéntricas para poder ir debilitándolas; la práctica de la meditación y la contemplación; la autoindagación para ir deslizándose de lo aparente a lo real; el cultivo metódico de la atención consciente en la vida diaria; la superación de la expresión de emociones negativas; la correcta utilización del discernimiento para ver lo que es y no lo que parece ser o tememos o deseamos que sea.
Fue Ramana Maharshi quien comentó que un día, entre grandes carcajadas, descubriremos aquel que es el que nunca hemos dejado de ser. Pero ojalá nos quede tiempo. El trabajo no es para mañana, sino para ahora mismo.
(Ramiro Calle)
(Fuente: www.verdemente.com)