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Había una vez un pajarito que vivía en un mundo donde todo
el mundo corría de lado a lado. Él fue aprendiendo poco a poco lo que le fueron
inculcando. Iba haciéndose mayor e iba siguiendo lo que el resto hacía, pero
dentro de él sabía que había algo más, algo que iba más allá de correr de
lado a lado buscando cosas que no podían cambiarle hacia mejor o hacerle sentir
mejor.
Siguió con su vida hasta que llegó un día que miró al cielo y vio a uno
de los suyos volar; eso es lo que él siempre había querido, eso es el algo más
que él siempre había sabido que existía. Se puso manos a la obra, y empezó a
saltar, sus saltos eran insignificantes, pero sus ansias durante tanto tiempo,
sus ganas de libertad y de ver que no había nada que le aportara nada nuevo corriendo
de un lado al otro por muy lejos que corriera, hacían que no pudiera parar de
intentarlo…
Saltaba cada día, a cada momento, a cada instante, intentándolo
cientos de veces, miles de veces y cayendo al suelo cada vez. Llegó a pensar en
desistir y dejarlo correr, quizás no era más que una locura, pero se dio cuenta
de que era incapaz de dejarlo, de que lo que llevaba dentro le obligaba a hacerlo,
le obligaba a seguir ese camino porque ahí era donde se encontraba la verdad.
Y, tras mucho tiempo saltando y saltando y saltando y cayendo una y otra vez, ¡zas!
Voló…, voló un metro justo e incluso menos, pero fue el mejor metro que había
vivido durante toda su vida, y algo dentro de él cambió, las ansias por cambiar
su infeliz vida y el trabajo durante tanto tiempo, le hicieron ver que era
posible, que era capaz, que podía lograrlo; así fue como siguió a cada paso
intentándolo, cada día un saltito más, cada día un metrito más.
Los demás
pájaros pensaban que estaba loco, estaba desaprovechando el tiempo mientras
ellos acumulaban piedras y piedras en el suelo, piedras donde refugiarse, donde
sentirse más seguros, donde sentirse más cómodos.
Así fue como el pajarito poco a poco fue creciendo. Se
sentía solo, pero le daba igual, no había nada tan maravilloso como aprender a
volar. En poco tiempo, el pájaro ya no solo volaba unos metros, era capaz de
volar durante breves periodos, y aunque para él no era suficiente, sabía que
estaba consiguiendo algo que realmente le hacía feliz… Se apartó de todo lo que conocía; decidió
apostar por su sueño y poder volar; miró al cielo y decidió que ese era su
destino.
Mientras los demás seguían acumulando piedras y asegurándose
una comodidad permanente en el suelo, él, gracias al duro trabajo, siguió
elevándose y elevándose hasta que llegó un momento en que su felicidad era
completa, había conseguido saber la razón por la que había nacido; había
conseguido saber cuál era su destino y el de los demás pájaros del mundo…
Allí arriba vio de verdad lo que era
importante en la vida y lo que no lo era, también, cuando miraba hacia abajo, veía a todos los pájaros acumulando y acumulando “riquezas”, viendo sus caras
de "soy mejor que tú" o "valgo más que tú" por el simple hecho de tener más que los
demás pájaros que habitaban el suelo.
El pajarito, al ver lo realmente importante, que no era otra
cosa que saber porque había nacido y encontrar su verdadera identidad, vio a
otros pájaros que años atrás dejaron sus huellas allí arriba, pájaros que
enviaban señales a los que estaban en el suelo pero que éstos nunca escuchaban,
porque pensaban que simplemente eran pájaros locos que se habían desviado del
camino y se habían convertido en pájaros aislados y cínicos.
Aun así, el pajarito que ya no es tan pajarito, desde allí
arriba sigue volando e intentando hacer ver a los que están en el suelo que
cualquiera puede lograrlo, que él no es más que nadie por haberlo conseguido,
simplemente miró hacia lo verdadero, no hacia lo que todos miran, es más, cada
vez ve a más y más pajaritos intentándolo, porque cada vez hay más que creen
que se puede; simplemente, necesitan el empujoncito de saber que hay algo más
que reunir piedras insignificantes para sus vidas.
Puede que aquellos más
“ricos” en el suelo hayan acumulado tantas piedras que vean desde un horizonte
más amplio que los que viven a ras de suelo, y, mintiendo, les digan a los de
abajo que ellos son completamente felices y que ese es el camino a seguir para
ellos mismos aprovecharse de la situación y tenerlos trabajando en su favor. Pero
lo realmente cierto es que por muchas piedras que tengan y por muy alto que
puedan mantener sus pirámides de piedras, jamás podrán ser felices porque están totalmente equivocados en
la forma de vivir. Es más, para ellos volar sería casi impensable, porque
llevan toda su vida acumulando piedras y creyendo que esa es la única forma de
vivir, y hacerles ver que son infelices y que lo que tienen que hacer es volar
y ver muchísimo más alto de lo que son sus podridas pirámides de piedras los
mataría por dentro, porque tendrían que desaferrarse de
aquella mentira por la que han luchado toda su vida y por aquella mentira que
han inculcado a los demás para ellos así poder disfrutar del sudor de la gente…
(Fuente: Alejandro Navarro)
(Fuente imagen: fotos.org)