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En esta época se sobrevalora el conocimiento y a menudo se da la espalda a la sabiduría. Muchas personas van en pos de la información y desatienden un tipo de conocimiento superior, realmente transformativo y revelador. Infinidad de personas están obsesionadas por acumular datos, recoger información, acopiar saber libresco y erudición, pero no tienen interés por conocer al conocedor, por descubrir esa esencia que se esconde en lo más íntimo de uno mismo y que es como una lámpara para poder hacer mejor el camino hacia afuera y el camino hacia adentro.
El conocimiento en sí mismo no transforma, ni humaniza, ni mejora. Una persona puede haber ganado el Premio Nobel y haber hecho de su vida de relación o de su vida interior un desastre. El conocimiento es interesante y no debemos subestimarlo, pero es insuficiente, del mismo modo que el pensamiento ordinario o binario no puede conducirnos a la cima de la consciencia y reportarnos lucidez para la mente y ternura para el corazón. De la comprensión intelectual hay que ir desplazándose a la comprensión supraconsciente. El conocimiento ordinario mide, compara, pone etiquetas y rótulos, se estanca en una visión parcial y no panorámica, tiene tanto de verdad como de mentira, de entendimiento correcto como incorrecto, y se mueve en el escenario de claroscuros de las ideas, los conceptos, las especulaciones. No se puede prescindir del mismo, es una herramienta, pero hay que saber cómo utilizarlo y hasta dónde nos puede conducir. Cualquiera puede hacerse con mucha información, gran cúmulo de datos y pasárselos a los demás.
El conocimiento es prestado; pero la sabiduría nace dentro de uno mismo y es intransferible, no nos la podemos pasar los unos a los otros como hacemos con la información. Cada uno tiene que trabajar sobre sí mismo para que la energía de su sabiduría innata eclosione, transforme y haga posible esa visión esclarecida que nos hace corregir conductas indeseadas, despertando a más altos niveles de consciencia donde uno pueda discernir entre lo aparente y lo real. El conocimiento se basa en unas coordenadas mentales o intelectivas distintas a las que reporta la sabiduría. Los "circuitos" mentales son diferentes. El conocimiento nos lleva hasta un punto; la sabiduría, más allá.
El tipo de percepción y cognición con que nos obsequia es especial. El conocimiento es acumulativo; la sabiduría es un "golpe de luz", una intuición directa, un "eureka"liberatorio. Como decían los antiguos maestros, sin meditación la sabiduría mengua, con meditación la sabiduría crece. Conocimiento sin sabiduría puede incluso convertirse en un arma no exenta de riesgos. Hay distintos tipos de saberes: el cotidiano, el intelectual, el psicológico, el espiritual.
Todos son convenientes, todos son necesarios. No se trata de convertirnos en analfabetos, sino de desarrollar conocimiento y saber utilizarlo con sabiduría. El Ojo de la Sabiduría ve donde no alcanza el conocimiento. No necesitamos una sociedad saturada de conocimientos, que incluso pueden utilizarse destructivamente, sino una sociedad con Sabiduría, es decir con un conocimiento de orden superior que asocie lo mejor de la mente y lo mejor del corazón.
Para que la sabiduría brote es necesario eliminar los oscurecimientos de la mente. Solo entonces la consciencia empañada deja de serlo y ofrece el entendimiento correcto y la visión pura, de donde nace el proceder impecable. ¿Cuáles son estos velos? Son numerosos y en mi obra Las Zonas Oscuras de la Mente examiné un gran número de ellos. Entre otros están: el velo proyectivo, el imaginativo, el egocéntrico, el reactivo y el psíquico. Como la luz descorre la oscuridad, con el trabajo interior y la meditación, tenemos que eliminar los impedimentos de la mente, sus trabas, sus velos, para que manifieste su naturaleza iluminada, su cordura, su compasión y esa Sabiduría, que subyace tras todo tipo de tendencias latentes insanas. Es el desplazamiento del ego al ser, de la apariencia a lo real, de la nesciencia a la sabiduría.
Largo es el sendero y sembrado está de obstáculos, pero es una posibilidad excepcional para mejorar nuestra vida interior, poder relacionarse con los demás de alma a alma, y poder tener un propósito que nos inspira y alienta.
En muchas de mis obras he comentado que el mejor consejo que me dieron en la India fue "Medita". La meditación no es todo, pero es una técnica muy valiosa para el desarrollo interior, sobre todo cuando se asocia con la virtud y el cultivo de la Sabiduría. Hay un texto indio muy antiguo, el Dyanabindu Upanishad, que nos alerta:
"Alta como una montaña, larga como mil leguas, la ignorancia acumulada durante la vida solo puede ser destruída a través de la práctica de la meditación: no hay otro medio posible". Por un lado nos sentamos a meditar y, por otro lado, conducimos la actitud meditativa a la vida diaria. Una actitud basada en la atención consciente, el sosiego, el contento interior, la ecuanimidad, la lucidez y la compasión. Así llevamos la meditación con nosotros, la incorporamos a nuestras vidas, conseguimos que impregne cada uno de nuestros actos y actividades. La vida misma es un canto a la meditación y la meditación un canto a la vida.
(Fuente: Ramiro A. Calle FB)