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Nadie puede decir con certeza por qué se activa en una persona el mecanismo misterioso de la búsqueda metafísica y espiritual, pero lo cierto es que se desencadena en determinados seres humanos y les urge a satisfacer sus necesidades espirituales además de las puramente materiales o cotidianas, sensoriales o afectivas.
El buscador del Ser no se resigna a sus limitaciones de entendimiento y se empeña en hallar respuesta a los interrogantes existenciales; no se resigna a su minoría de edad mental y emocional, y se afana por cultivarse y madurar, sin conformarse con su consciencia empañada y semidesarrollada. Desde su insatisfacción pone los medios que va encontrando para posibilitar la evolución consciente y buscar en su interior esa paz interna que tanto anhela.
Ese mecanismo de la búsqueda, en unos se despierta en la infancia y en otros incluso en la ancianidad, pero hay en muchas personas en las que no se activa y que parecen carecer de cualquier tipo de necesidad de autodesarrollo o evolución, viviendo de espaldas a la búsqueda del Ser.
Cada buscador espiritual es único, si bien todos experimentan la perplejidad de ese sufrimiento universal que se presenta como un gran despropósito y todos necesitan darle un sentido más elevado a su existencia, un propósito más ennoblecedor.
La insatisfacción que experimentan la canalizan hacia lo búsqueda de lo que está más allá del pensamiento ordinario, tratando de ensanchar la consciencia para poder hallar otro modo de percibir, conocer, ser y verse. Es común también a todo buscador el afán por mejorarse y humanizarse, vivir más armónica y conscientemente, poder descubrirse y actualizar potenciales internos que están latentes.
El buscador no se conforma con lograr cosas en el nivel mundano y material, sino que aspira a otro tipo de conquistas más transformativas y reveladoras. A veces, su propia angustia existencial, se vuelve el mejor motor para hacerle hollar la senda del autoconocimiento y la realización de sí. Una vez cubiertas las necesidades básicas, la energía debe dirigirse hacia la realización de sí, que pasa por explorarse, conocerse y poner todos los medios hábiles para ir consiguiendo modificar actitudes y esclarecer la consciencia.
El buscador espiritual, aunque al final sigue su propia senda, se inspira y apoya en el legado de las más grandes mentes realizadas de la Humanidad, cuyas enseñanzas y métodos se han perpetuado desde tiempos inmemoriales y han ido apareciendo, más o menos evidentemente, en todas las épocas y latitudes. Los métodos son herramientas para ir más allá de los límites de la consciencia ordinaria y tener un enfoque diferente de la vida y por tanto una manera más idónea de ser.
Desde muy niño me identifiqué con aquellas palabras de Hermann Hesse que dicen:
"No 'creo' en 'nuestra' ciencia, ni en 'nuestra' política, ni en 'nuestro' modo de pensar, de creer, de 'contentarnos', y no 'comparto' ni uno solo de los ideales de 'nuestro' tiempo, pero no 'carezco' de fe. 'Creo' en las leyes milenarias de la humanidad, y 'creo' que sobrevivirán a toda la confusión de 'nuestra' época".
Confiemos que sea así. Vivimos en una época de eriales y estercoleros, como decía Sri Anirvan.
El buscador no debe desfallecer ni desmayar psíquicamente porque se vea inmerso en una sociedad no dirigida por los más despiertos, sino por los más codiciosos, corruptos y ofuscados; una sociedad que se encandila y atolondra con "necesidades" inventadas y todo tipo de bagatelas y fruslerías, donde imperan los más mediocres y donde se enriquecen fabulosamente los que se embeben en su narcisismo y su voraz egoísmo y no tienen ojos para ver las necesidades ajenas.
Como el loto florece en las aguas pestilentes y fangosas, así el buscador espiritual debe entonar el ánimo, no arredrarse, y seguir en esa búsqueda hacia los adentros que contrasta tanto con esa enfermiza y compulsiva búsqueda de muchas personas hacia afuera tratando de obtener a toda costa su propio beneficio en detrimento del de los demás.
Que nos sirvan de aliento e inspiración unas palabras de Buda que deben resonar día a día en nuestro corazón:
"Del mismo modo que puede germinar y florecer un aromático loto en un estercolero, así, entre los ofuscados, 'deslumbra' en sabiduría la persona que 'sigue' la Enseñanza".