En mi casa no había espejos. Mi hermana y yo crecimos juntas, jugando, aprendiendo de la vida. Ella me miraba, yo la miraba y sonreíamos.
Un día mami trajo un espejo, entonces vimos diferencias. La piel de mi rostro se diferenciaba del de mi hermana y también nuestros ojos. Nos sorprendimos un poco, porque hasta entonces solo habíamos visto la cara la una de la otra, pero no la propia.
No supe qué pensar. Se me hacía difícil comprender tal diferencia cuando nuestros corazones latían igual, al mismo ritmo y nuestras mentes volaban con la misma capacidad.
No supe qué pensar.
(Braddha Bala)
(Fuente imagen: Beatriz Casado Navarro FB 73)