.
Discurso de graduación de 2º de Bachillerato
(Leído ante la indignación de los asistentes el 1 de junio de 2012, en el IES Los Cantos de Bullas)
Habéis querido que diga unas palabras en 
vuestro acto de graduación. A pesar de que me siento muy honrado de que 
hayáis pensado en mí, creo que no ha sido muy buena idea, porque seguro 
que os voy a fastidiar el acto, seguro que os lo echo todo a perder.
Yo debería aquí ser optimista, tendría 
esta tarde que insuflaros ese ánimo tan propio de veladas como la 
presente. Os debería decir que la vida es maravillosa, que podréis con 
todo si os lo proponéis, que el futuro es prometedor, que el futuro 
pertenece a los jóvenes como vosotros. Pero no. No puedo hacer eso. Os 
estaría mintiendo otra vez, y hoy quiero ser inoportunamente sincero con
 vosotros. Así que escuchad lo que tengo que deciros. Luego, si queréis 
me abucheáis o sencillamente pasáis de mí. Lo que prefiráis.
Veréis, ex alumnos de 2º de Bachillerato.
 Vuestros padres y vuestros profesores os hemos tomado el pelo. Así, 
como suena. Si alguna vez oísteis que sois la generación más preparada 
de la historia, empezad a desechar esa idea, porque en lo sucesivo no 
tendréis nada que hacer cuando debáis competir con un alemán, un 
coreano, un inglés, un chino o un indio por un puesto de trabajo. Es lo 
que tiene haber estudiado en uno de los sistemas educativos más 
desastrosos del mundo. Si consideráis que con lo que os han exigido en 
el instituto o con lo que os pedirán en la Universidad tenéis 
suficiente, estáis apañados.
Por otro lado, pensad que el país que os dejamos, esta España que a don Miguel de Unamuno
 le dolía infinitamente y que a mí me aburre más allá de lo soportable, 
es un país en ruinas, donde sólo podréis triunfar si os metéis en un 
partido político, os hacéis jugadores de fútbol o dais un braguetazo 
como dios manda con algún-barra-alguna potentado-barra-potentada que os 
permita además ser estrellas rutilantes de la prensa del corazón. De los
 Pirineos hacia abajo no hay más salida. Vuestros padres y vuestros 
profesores os hemos dejado la piel de toro más seca que el ojo de un 
tuerto, así que preparaos, si os da miedo cruzar sus fronteras, para la 
mediocridad, la estupidez y el bizantinismo más desesperante.
Y ahora me dirijo a quienes han sido mis 
alumnos de Humanidades. No es nuevo lo que estáis a punto de oír, pero, 
puesto a ser un cenizo, creo que no estará de más que os lo repita. Las 
Humanidades han muerto, hace ya más de un siglo que están bien muertas y
 enterradas. Lo que habéis estudiado y lo que estudiaréis son los restos
 de un cadáver. Y no sólo porque Occidente se haya lanzado como un 
desesperado a vanagloriarse del avance tecnológico desde que un 
franchute del siglo XIX -¡fijaos, menuda antigualla!-, un tal Augusto Comte,
 dijera que sólo el método científico nos proporciona la verdad del 
mundo, sino porque sé que la mayoría de vosotros iréis a una 
Universidad, la española, y a unas facultades, las de Murcia, llenas de 
enchufismo y medianía, donde sólo valorarán vuestra capacidad para 
adaptaros y para hacerle la pelota al tonto de turno. Además, tened 
presente que aquí somos muy catetos, y que siempre os considerarán medio
 idiotas por ser humanistas, ya que por todos es sabido que una bata 
blanca o una fórmula matemática inextricable nos pone a los españolitos 
más que un calendario solidario con chicas en paños menores.
Y ahora es cuando todos me decís: 
¿entonces?, ¿qué salida nos queda, pedazo de gafe, grandísimo pesimista 
del tres al cuarto? Y ahora es cuando yo os doy dos o tres apuntes de 
algo que nadie me dijo nunca y que he tenido que descubrir por mi cuenta
 y riesgo, a golpe de cabezazos contra molinos de viento, otrora 
gigantes. Atentos.
Ahí va el primer consejo que os doy: no 
os conforméis con lo poco que habéis aprendido ni con lo poquísimo que 
aprenderéis a partir de ahora. Estad siempre hambrientos. Estad siempre 
ansiosos. Procurad saber siempre más que vuestros profesores. Estudiad 
por vuestra cuenta. Cultivaos en soledad. Sólo así podréis conseguir ese
 puesto de trabajo por el que compiten, además de vosotros, el alemán, 
el coreano, el inglés, el chino o el indio.
El segundo consejo que os doy es que, en 
cuanto tengáis oportunidad, pongáis pies en polvorosa y abandonéis este 
país de chichinabo llamado España. Cruzad los Pirineos, cruzad el 
Atlántico, volad bien lejos de aquí. Ahora la palabra futuro es un 
antónimo en toda regla de la palabra España.
El tercer consejo se lo dedico a los 
humanistas. Preparaos por vuestra cuenta lo mejor que podáis y, si 
tenéis la oportunidad, poned una contundente carga de goma 2 en los 
cimientos de la Universidad. Destruid, volad por los aires todo aquello 
que huela a mediocridad, a nepotismo, a enchufismo, a vagancia, a lavado
 de cerebro y a cosa políticamente correcta. Seguid con el Latín y con 
el Griego: ambas lenguas, por muy muertas que estén, son el seguro 
pasaporte para la sabiduría y el éxito. Un momento: ¿éxito?, ¿con el 
latín y con el griego? Aquí en España no, aquí seguro que os coméis los 
mocos. Pero sabed que en el mundo civilizado las empresas importantes se
 disputan a los humanistas; y esto que digo soy capaz de probarlo ante 
quien sea.
Y por último, permitidme un consejo más y
 ya me callo. Luchad, combatid, descerrajad vientres, devorad corazones 
si hace falta, para ser, antes que nada, individuos. Vuestro camino 
estará lleno de cantos de sirena, de tentaciones para que os convirtáis 
en masa. Pasad. Mandad todo eso a tomar viento. Tened presente siempre 
que los individuos escriben poemas conmovedores, descubren medicinas 
capaces de hacernos eternos o inventan aparatos para viajar a las 
estrellas… Y sin embargo, la masa…, la masa, ¿qué hace? A lo máximo que 
puede aspirar es a quemar parlamentos o a cortar cabezas de reyes.
Y ya, de verdad, el ultimísimo consejo… 
Quizá, ahora mismo, el más importante de todos: disfrutad, pasadlo lo 
mejor posible en este día. Porque este día es vuestro y sólo vuestro. Y 
lo demás, en realidad, importa un bledo.
Gracias.
 
 
 
