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“Había
pasado muchísimo tiempo desde que aquel crimen había sucedido y, como castigo,
el Innovador recibió una sentencia que hacía mucho que no se oía ―no desde los
tiempos de los ancestros. Era una sentencia de un aspecto tan terrible y horroroso
que el Tribunal Supremo sintió que era justo aplicar el nauseabundo y perverso
crimen de la innovación. El castigo fue ¡expulsarlo del Domo!
Los
ciudadanos se agolparon a ambos lados de la calle, con expresión mezcla de odio
y de pánico mientras seguían con la vista el proceso del Innovador, escoltado
por un cordón de custodios que lo conducían hacia la Cámara de Ejecución.
Algunos entre la multitud hacían apuestas para ver cuánto tardaría en morir el
Innovador una vez expulsado del Domo, y si moriría por Desfallecimiento,
Envenenamiento por Gas, o tal vez por una Bestia Salvaje. No cabía ninguna duda
de que moriría pronto (porque cada ciudadano tenía imbuido en su mente que no
era posible la existencia de una vida humana fuera de la protección del Domo
―aquella bóveda de plástico erigida por sus más remotos ancestros, que se
extendía hasta los confines de la ciudad, encerrándola en un benevolente y
hermético abrazo). Solo se trataba de saber cuándo y cómo acontecería la
muerte.
Algunos
sádicos entre la multitud habían raspado la espesa corteza de suciedad de la
pared del Domo, cerca de la Cámara de Ejecución, para ver mejor el Exterior, y
vendían entradas a los curiosos por una cuantiosa suma.
Los
custodios y su prisionero llegaron a la Cámara de Ejecución. La muchedumbre se
retiró por temor a que se introdujera en el Domo algo de humo venenoso cuando
abrieran la Cámara. El mecanismo todavía funcionaba bien, aunque no había sido
utilizado durante todas esas generaciones. Cuando el jefe pulsó el botón, la
gruesa puerta transparente de la Cámara se abrió con un torpe movimiento. El
Innovador, con una última mirada de tristeza por encima del hombro, fue
empujado bruscamente dentro del compartimento. Cerraron la puerta, y los
ciudadanos mantuvieron colectivamente la respiración cuando el jefe tocó el
siguiente botón. La puerta externa se abrió oscilante con un gran silbido hacia
el insano verde del Exterior.
Con
la primera bocanada de aire del Exterior, el Innovador cayó de cabeza,
tosiendo, retorciéndose con una gran convulsión. Los custodios movieron la
cabeza afirmativamente, complacidos, y al verlo, sonó un clamor parecido a una
ovación que venía de los que estaban mirando, fijándose en sus relojes para
determinar el segundo exacto de su último jadeo.
Pero
entonces sucedió lo más terrible. El innovador lentamente levantó la cabeza del
polvo y, con un principio de sonrisa de gran alegría en la cara, se llenó los
pulmones profundamente. Sus ojos se agrandaron. Se sentó, y pudieron ver cómo
su pecho se henchía según iba recobrando ese extraño aire. La gente estaba tan
asustada que gritaron cuando súbitamente de un salto pasó de estar sentado a
estar de pie, marcando al caer los primeros pasos de una danza salvaje.
“Ha
debido golpearse en la cabeza”, dijo un espectador, aplastando la nariz contra
el muro del Domo.
El
innovador detuvo su danza bruscamente al ver las caras que le estaban mirando.
Y les contestó con una amplia sonrisa llena de dientes sin ninguna malicia en
absoluto. ¡Incluso extendió los brazos en un gesto de invitación!
Llegado
este punto, muchos de los que estaban mirándolo no aguantaron más y se
volvieron para regresar a sus casas, con una náusea escalofriante de miedo.
Después
de hacer muchos gestos de bienestar hacia esas caras asombradas y que no
comprendían nada, el Innovador chasqueó los dedos y se agachó para tomar un
palo y con grandes letras escribió en el suelo: “Salid, ¡el aire es bueno!”.
Uno
detrás de otro, con cara de asombro, fueron dejando las mirillas para no
volver.
Una
vez más, escribió en la suciedad, esta vez con más apremio: “Es aire fresco, no
es veneno”.
Algunos
otros siguieron marchándose.
Esta
vez, para hacerse entender casi frenéticamente, escribió: “Ya no NECESITÁIS más
el DOMO. ¡Podéis vivir en el Exterior! ¡Aquí fuera se está MEJOR!”
Con
esto, todas las caras desaparecieron de los espacios claros de las mugrientas
paredes; el Innovador fue dejado a solas en el Exterior con el brillante sol,
el aire fresco y renovador, los árboles y plantas tres veces el tamaño de los
que había dentro del Domo, con los pájaros y los animales.
A
la mañana siguiente los periódicos publicaban historias espantosas sobre la
inmediata muerte del Innovador fuera de la Cámara. Los padres de la ciudad, en
sesión de emergencia, decidieron que debía pintarse opacamente el interior del
Domo todo alrededor con una altura de veinte pies. Y a aquellos observadores a
los que no pudieron intimidad para que mantuvieran el vil secreto, los
internaron en el asilo, donde hablar de la vida fuera del Domo podría tomarse
por lo que era ―los desvaríos de un lunático.”
(Parábola
de G. William Jones)
Una
bella parábola. Y esta es la situación de la humanidad. Así ha sido a lo largo
de los siglos: el hombre ‘ha’ vivido en un domo de creencias, ideas y dogmas
creado por ‘él’. ‘Tus’ iglesias, templos y sagradas escrituras solo son domos
de plástico que ‘te’ protegen de la naturaleza; no ‘te’ ayudan a ‘acercarte’ a
‘Dios’, ‘te’ lo impiden. Cuando ‘llega’ un hombre como Jesús (de Nazaret), ‘es’
el Innovador. ‘Empieza’ a hablar de extrañas cosas que existen fuera de los
domos. ‘Habla’ de aire fresco y árboles verdes, de pájaros y sus canciones, del
sol y las nubes ―’habla’ sobre mil y una cosas. Siempre ‘has’ vivido en un domo
de plástico; nunca ‘has’ estado fuera de él. Nunca ‘has’ estado fuera de la
iglesia, del templo; nunca ‘has’ estado fuera de las trampas de los sacerdotes
y de los políticos. Y aquí ‘llega’ él y ‘empieza’ a decir cosas muy salvajes
―cosas que atraen, que son muy sugerentes, magnéticas, ¡que provocan y desafían!
Pero no ‘has’ escuchado cosas así desde hace años. ‘Te’ indignas. ‘Te’ irritas
porque este hombre ‘piensa’ que ¡todos ‘sois’ idiotas!
Por
eso la gente ‘le’ ‘pregunta’ una y otra vez a Jesús: “¿Crees que eres mucho más
sabio que nuestro padre Abraham? ¿Crees que sabes más que nuestros antiguos
profetas? ¿Crees que eres el primero en aportar la verdad?”. La gente ‘piensa’
que siempre ‘ha’ estado en posesión de la verdad, esta es ‘su’ impresión. Pero
no ‘poseen’ nada. Por eso cuando ‘aparece’ un hombre con la verdad, llega la
revolución al mundo, la innovación. La gente ‘aplasta’ a un hombre semejante.
‘Tenemos’
que crear un mundo donde los innovadores ‘sean’ aceptados con mayor facilidad,
donde no solo ‘sean’ aceptados sino bienvenidos ―porque ‘son’ ellos quienes
‘te’ ayudan a ‘elevarte’ más en la consciencia. ‘Son’ los peldaños que conducen
hacia ‘Dios’.”
(Osho)
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