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miércoles, 15 de junio de 2011

La meditación y el budismo. El sentido de la vida

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La realidad, a veces, es difícil de comprender. 'Uno' nunca termina de 'acostumbrarse' al sufrimiento y no 'deja' de 'preguntarse' su porqué, el sentido del mismo. El sufrimiento, por unos motivos u otros, en mayor o menor medida, es algo que 'compartimos' todos los seres sintientes. La vida tiene etapas difíciles, otras mejores... y siempre persiste esa búsqueda del corazón, ese anhelo de felicidad y esa necesidad de desalojar al sufrimiento. Para Buda ese era el sentido de la vida: la liberación del sufrimiento.

La idea del nirvana se 'nos' puede hacer lejana, como inconquistable. Esa meta de alcanzar la felicidad máxima más allá del samsara, de 'despojarnos' no sólo del sufrimiento en esta vida, sino también del acumulado en vidas pasadas (karma) y dejar, finalmente, de 'reencarnarnos', para ser libres por siempre.

La experiencia de la vida 'nos' enseña a cambiar, a mejorar, a apaciguar 'nuestros' deseos, a equilibrar el alma. Poco a poco 'nos' vamos haciendo más comprensivos con 'nosotros' mismos y con los demás, más autoconscientes, más despiertos. Sin duda, eso es algo a lo que 'aspira' toda persona espiritual, esto es, a su evolución.

Aurobindo 'nos' habló de la Evolución Futura del Hombre, de una especie de ascensión de la consciencia que 'nos' va liberando del Egotismo y 'nos' ubica en el Yo-Verdadero, ese que aspira a lo Divino, al Yoga Integral, a la Unión de su Ser con el Ser Cósmico y Supramental.

Quizá todo esto parezca arduo, costoso... una tarea para la que se requiere muchísima dedicación, quizá de cientos de vidas errando y aprendiendo, adquiriendo el conocimiento de la Verdad de la condición humana y espiritual. Quizá 'tengamos' bastante con un poco de paz interior, de equilibrio, de prosperidad, de dicha. ¿Por qué pedir más?

Quizá sea suficiente con estar agradecidos por la vida, con ir superando, sin prisa pero sin pausa, los pequeños y grandes obstáculos que el existir 'nos' presenta. Puede ser suficiente con valorar esas pequeñas cosas que 'nos' ocurren y que, por un segundo, 'nos' hacen sentirnos felices y plenos: la lectura de unos versos, el abrazo de un padre o de un amigo, la música de Händel o la mirada de gratitud de una persona a la que ayudamos desinteresadamente.

¡Hay tantas cosas por las que sentirse bien! Siempre que brota un resquicio de Luz en 'nuestro' interior la oscuridad pierde su presencia. Por eso, quizá sea suficiente con observar el mundo con la mirada clara y luminosa de un niño que transita la vida como por un juego donde no existe la derrota, solamente el placer de jugar, sin sentir que todo juego tiene un comienzo y un final.

El pilar central del budismo, donde se sustenta toda su base práctica, es la meditación. El ejercicio de la meditación supone un tiempo sagrado para el practicante budista, el cual se sitúa frente a sí mismo, frente a su atman, y camina en la quietud del silencio por el no-tiempo que todo segundo envuelve, disipándolo, anulándolo, para hacer de él un único instante, una eternidad cósmica remando por la consciencia vacía y serena de su Ser.

Si bien se ha discutido mucho -en la teorización budista- acerca de la existencia del Yo ('recordemos' la tercera de las características del ser o devenir formulada por Buda: anatman, esto es, ausencia de Yo) no 'podemos', sin embargo, dejar de hablar del Ser, con mayúsculas, como sustrato del Yo y esencia del mismo. El Ser es una esencia mientras que el Yo un accidente. La meditación trabaja con el Ser y disipa las sombras del Yo, las que etiquetan, adjetivizan, nombran, categorizan, seleccionan... Todo eso no importa en el camino espiritual budista, lo primero es el reconocimiento de la ausencia de un Yo, en sentido biográfico, para trasladarlo a un Yo-Ser del que no se habla, sobre el que no se estudia, sino que se le guarda silencio. Esa es la mayor ofrenda que se le puede hacer al Sí-Mismo: el silencio de la meditación, y, por supuesto, la ofrenda de la compasión (Om Mani Padme Hum) en la que el individuo meditador se 'funde' con la humanidad en su esperanza por la liberación del sufrimiento para todos los seres sintientes del planeta.

Buda dijo "Aes dhammo sanantano": "Sólo una ley lo rige todo, una ley eterna".  Es cierto, la fuerza del 'dharma' lo abarca todo, comprende la pura esencia de la realidad. A menudo 'nos' cuesta aceptar que el tiempo es una ilusión, un ignoto transcurrir donde 'nuestra' memoria va marcando lo perdido con las señales de la melancolía y la nostalgia: el hiriente anhelo del regreso a 'nuestra' Ítaca perdida. Esa es, precisamente, la etimología de la palabra griega nostalgia. Nostos significa regreso y algos dolor. La nostalgia es el dolor que produce el no poder regresar a lo que una vez 'sentimos' como 'nuestro'.

La ley de la vida 'nos' enseña a ir aceptando lo perdido, a reconocer que el tiempo pasado es una pura ficción, algo que no tiene identidad ni existencia. Mirar atrás resulta como mirar a una nada que la semiótica de 'nuestra' imaginación ha ido llenando de símbolos e impenetrables metáforas de lo que una vez fue. Ir hacia el recuerdo supone duplicar deformando aquello que tuvo presencia y 'negamos' dar por perdido. El tiempo es la metáfora de 'nuestros' sueños... nunca el tiempo, al ser pensado, tiene un valor objetivo sino que representa un adentrarse en el pensamiento filosófico e incluso religioso. ¿'Debemos' creer que el tiempo existe? ¿Debemos, por tanto, creer en 'nuestra' propia existencia?¿Quién 'soy' hoy si mañana 'seré' otro?

Sin embargo, nunca 'dejamos' de ser aunque el tiempo parezca que 'nos' va arrebatando. 'Recordemos' la magnífica reflexión de Borges: "Negar la sucesión temporal, negar el yo, negar el universo astronómico, son desesperaciones aparentes y consuelos secretos. 'Nuestro' destino (a diferencia del infierno de Swedenborg y del infierno de la mitología tibetana) no es espantoso por irreal; es espantoso porque es irreversible y de hierro. El tiempo es la sustancia de que 'estoy' hecho. El tiempo es un río que 'me' arrebata, pero 'yo' soy el río; es un tigre que 'me' destroza, pero 'yo' soy el tigre; es un fuego que 'me' consume, pero 'yo' soy el fuego. El mundo, desgraciadamente, es real; 'yo', desgraciadamente, 'soy' Borges."

Así que, si el tiempo es existencia, la pregunta sería: ¿'seguiremos' siendo algo cuando no 'seamos' del tiempo? ¿Habrá tiempo más allá de la muerte, o será la eternidad, finalmente, la que revele 'nuestro' verdadero ser más allá de lo accidental y sucesivo?

Como afirma uno de los principios herméticos, "el Universo es mental", y, por tanto, la Creación se 'nos' presenta como un fenómeno de la mente, como una maravillosa o espantosa ficción que escribimos día a día. Hay una frase del I Ching excepcional:  "Grande en verdad es la fuerza de lo Creativo, todos los seres le deben su comienzo. Y todo el cielo está compenetrado de esa fuerza".

La Historia de la Humanidad es el gran libro que comprende a todos. Todos y cada uno de 'nosotros' escribimos todas y cada una de las palabras de este enigmático poema cuyo punto y final, paradójicamente, se encarga el Tiempo de escribir por 'nosotros'.

(Fuente: José Manuel Martínez Sánchez)