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domingo, 31 de agosto de 2014

Entrevista a Ramiro Calle

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Tengo el privilegio de ser amigo de Ramiro Calle desde hace años. En mis estanterías hay cerca de 60 de sus más de 200 obras publicadas, que me han enseñado y me han acompañado, y en las que he buscado y encontrado refugio. En dos de ellas he colaborado como co-autor, con gran alegría y disfrute.

Ramiro me introdujo en la práctica del hatha yoga un día de julio de 2005. Desde entonces he seguido con asiduidad sus clases, en el centro de Shadak, abierto desde los primeros años setenta. He disfrutado en particular la silenciosa clase de los sábados, que dura hora y media. Cada vez que he acudido al centro (no exagero), Ramiro me ha recibido como si fuera el alumno más importante. He podido comprobar que este es el trato con todos sus alumnos: cercano, cariñoso, amable, sumamente amoroso.

Ramiro hace buena la práctica de que la amistad es uno de los regalos más hermosos de los que podemos disfrutar en esta vida, y la inspiración siempre le encuentra trabajando: en sus libros, en sus conferencias, en su programa de radio, en su centro. En actitud de dar y de darse a los demás, Ramiro Calle nos ha regalado una obra colosal en la que todo buscador podrá entresacar la milenaria sabiduría de Oriente, que tanto puede aportarnos.

Nos reunimos a principios de marzo en Shadak, donde Ramiro ha encontrado un hueco para contestar a estas preguntas, que siempre rondan nuestra mente y nuestro ánimo.
Joaquín Tamames: ¿Qué entiendes por espiritualidad?

Ramiro Calle: Entiendo la espiritualidad como una actitud y un proceder. También como una aspiración y un modo de vivir. Una aspiración de perfeccionarse, lograr que la consciencia evolucione, mejorar no solo la calidad de vida exterior sino la interior. Un modo de vivir que se base en la nobleza, la compasión, la cooperación y la mutua ayuda. Una actitud inspirada en la atención consciente, el sosiego, la ecuanimidad, la lucidez. Un proceder que permita conciliar los propios intereses con los de los demás, que esté libre de ofuscación, avidez y odio, y encuentre su luz en la claridad mental, la generosidad y el amor. 

Para la espiritualidad nada tiene que ver con las creencias, los dogmas o las religiones. Una persona puede ser muy espiritual sin pertenecer a ningún culto o sin tener ninguna creencia, y otra que se dice muy religiosa y sigue los dogmas, no tiene nada de espiritualidad. La espiritualidad es, pues, una motivación consistente en humanizarnos y respetar a todas las criaturas sintientes. Y la espiritualidad hay que llevarla al corazón mismo de la vida y con esa actitud que es la del noble arte de vivir, impregnarlo todo. La espiritualidad está en el cuerpo, la sexualidad y el instinto, las emociones y la mente. Es un espacio de consciencia y el que llamaba Buda el recto proceder y el recto sustentamiento. ¡Ay de aquel -dicen los sabios de Oriente- que por ir en su propio beneficio va sistemáticamente en detrimento del de los otros.

P: ¿Cómo tratas de vivirla y de llevarla a tu vida cotidiana?

R: Le trato de dar a cada instante un sentido de elevación de la consciencia. No creo para nada en la moralidad convencional. Creo en el ser humano como individuo realizado, pero no en la que llamaba Azorín “la densa y espesa masa”. Cada uno tiene que hallar su vía, su senda, y cada uno es su propia doctrina. El sentido de la vida es el que uno quiera procurarle y el más hermoso es cooperar en la evolución propia y contribuir así a la de la humanidad. Somos homoanimales y yo trato de vivir la espiritualidad humanizándome, con la recta aspiración de poder alcanzar el privilegio de ser un verdadero ser humano. Hay que aprender a moverse en el plano de lo cotidiano y en el interior. Valoro extraordinariamente la consciencia, que es la lámpara de la mente, y de la cual brotan la lucidez y la compasión. Mente clara y compasión tierna: ¿Qué mayor sentido para la vida? Así siento la verdadera espiritualidad. No se trata de creencias, sino de experiencias. No se trata de palabras, sino de actos. Cada uno debe encender su propia candela interior. Y siento la verdadera espiritualidad como libre de todo dogma, propia del librepensador, del que trata de conectar con su maestro interior.

P: ¿Qué opinas de la oración consciente? ¿Y de la contemplación, la meditación y el yoga?

R: La plegaria consciente, es decir, vivida con atención y sentimiento, desde adentro, y sin palabrería mecánica, es un método liberatorio de importancia. Nos ayuda a conectar la mente con lo Otro; a invocar, evocar y convocar la Presencia. La contemplación es vaciarse de todo para ser el Todo; despojarse del ego para ser el Ser. La meditación y el yoga son los métodos más antiguos de transformación interior para hacer posible la evolución de la consciencia. Son una necesidad específica, son insoslayables. Hay un maestro que ya dijo: “meditación o suicidio”. No hay peor suicidio que el espiritual y el psíquico. La meditación es la senda directa hacia lo que uno nunca ha dejado de ser. Mueres al ego para nacer al Ser. La meditación es adiestramiento mental para que todas las hermosas simientes aletargadas en la mente florezcan: la energía, la atención, el sosiego, el contento interior, la lucidez, la compasión, la ecuanimidad. La meditación es el arte de parar y de ser-se.

P: La mayoría de las personas tenemos una consciencia semidormida. ¿Cómo podemos salir de ella? 

R: Se requiere un esfuerzo de gran envergadura porque estamos narcotizados por el ego y la frenética actividad sensorial y mental. Estamos robotizados y la consciencia es sonambulita… si a eso puede llamarse consciencia. Hay que estar más vivo, diligente, atento, vital, intenso, para combatir sin tregua la mecanicidad del homoanimal que somos, para superar la urdimbre impresionante que hemos tejido de autoengaños y desidentificarnos de lo que no somos, pero creemos ser, y nos roba la libertad interior. Hay que poner todos los medios y condiciones para superar la consciencia embotada y dejar que eclosione la energía de lucidez y compasión de la supraconsciencia o mente supramundana. No son palabras, no son conceptos, son hechos; pero igual que en el bloque de mármol ya está potencialmente la escultura, pero hay que hacerla, así hay que trabajar sobre uno para disipar la densa niebla de la mente y encontrar una veta de luz.

P: Siempre se habla de un cambio colectivo, pero nunca llega y cada día hay más codicia, ofuscación, odio, rivalidades. ¿Qué puede hacer una espiritualidad verdadera para cambiar el mundo?

R: Se ha dicho que si por cada ciudad hubiera una persona despierta, verdaderamente despierta, cambiaría la faz del mundo. Todo lo peor surge de la ofuscación, en la que entroncan la desmesurada codicia y el odio. La tragedia es vivir de espaldas a lo mejor de uno mismo, creer ilusoriamente que no morimos (el “ milagro” es siempre creer que los que mueren son los otros) y no tratar de crecer interiormente y humanizarnos. Como dice Baba Sibananda, venimos aquí unos solos días para hacernos la foto y luego nos marchamos. El único sentido, y en eso la actitud de la verdadera espiritualidad es de enorme ayuda, es cooperar con nosotros mismos y con los demás. La espiritualidad verdadera, y no las iglesias instituidas, es la que puede mejorar el mundo… Pero para ello urge cambiar la mente, porque si el reformador no reforma su mente, por ejemplo, ¿qué tipo de reforma podemos esperar de él? De los políticos prefiero ni hablar: son actores frustrados. Como dijo Jesús, ciegos dirigiendo a otros ciegos y todos al barranco. Coincido plenamente con Krishnamurti cuando dijo que los políticos no son gentes de fiar, pero no quiere decir que no haya alguna excepción al respecto.

P: ¿Qué recomendarías a los líderes mundiales para que bajen las armas y busquen genuinamente la paz?

R: Si no cambian su mente y su proceder, nada hay que esperar de ellos. Están guiados por el narcisismo, la ofuscación, la codicia y el odio. O sea, están mal guiados. El poder siempre es putrescible. Lao-tsé, Buda y Jesús reaccionaron contra el mismo. ¿Nos gobiernan los más sabios y despiertos? Todo lo contrario. Esos dirigentes mundiales no suelen querer a nadie que no sea su propio ego-rascacielos. Son muchos de ellos como perversos duendes disfrazados de humanos. Ya lo decía Ramakrishna: hay espíritus malévolos con envoltura carnal humana. ¡Dios sea misericordioso para que no caigamos en sus manos! Lo que recomendaría a un líder mundial es que tenga ojos para las necesidades ajenas y las alivie; que sepa que también él es finito y la vida es un erial y un estercolero cuando no hay compasión, y ya dijo Nisargardatta, “incluso la vida sin amor es un mal”. Les recomendaría que meditasen, pero prefieren enredar para provocar caos y conseguir así “ganancias en ríos revueltos”.

P: ¿Cuál es tu sentimiento y pensamiento sobre Jesús?

R: Para Jesús forma parte del linaje de los grandes liberados-vivientes, aquellos que han sido, en palabras suyas, la sal de la tierra; los que han superado todas las mancillas de la mente y han permitido así que aflore la compasión infinita. Por esa compasión infinita invirtieron sus vidas en llevar hasta los demás las enseñanzas, métodos y claves para la elevación de la consciencia y la conexión con el nivel de Arriba. Jesús era de Arriba.

P: ¿A qué hay que renunciar para ser libre?

R: Al afán de posesión, a la necedad y ofuscación de la mente, a la idea ilusoria de que podemos controlarlo todo, al apego y el aborrecimiento, a los viejos patrones y esquemas y filtros socioculturales. Morir para renacer. A cada momento, a cada instante, sin acarrear la mente vieja saturada de heridas, rencor, miedo, afán de venganza. Desidentificarse del ego para ser uno mismo; desalienarse, recuperar el hogar interior.

P: ¿Cómo discernir la llamada de Jesús: deja todo y sígueme?

R: Deja tu ego, deja tu avaricia y tu afán de posesividad, deja tus dogmas y tus derroteros marcados por la avidez, deja el que crees que eres para realmente ser el que eres, deja los excesivos apegos mundanos, los dogmas y fanatismos que esclavizan y dañan a los otros, el legalismo y el poder, las palabras vacuas que no son seguidas de actos, la vanidad y la prepotencia.

P: ¿Por qué hay tanta avidez y codicia en el mundo?

R: La codicia es el resultado del ego irrefrenablemente voraz, que solo quiere acumular y retener, que está en el tener y nunca en el ser. Es la mente calculadora y rentabilizadora, que no tiene fin, que es como un rapaz estómago sin fondo. Es el mayor mal de esta sociedad, la que crea todo tipo de desigualdades, explotaciones, denigraciones, manipulaciones, horror. La codicia no tiene fin y un sabio hindú la llamó el “círculo vicioso del noventa y nueve”. Cuando uno tiene de algo noventa y nueve, la mente dice “voy a redondear hasta cien” y cuando tiene ciento noventa y nueve, “voy a redondear hasta doscientos” y así sucesivamente. El signo del kali-yuga, la época más negra, es la codicia. Invade todos los estamentos, instituciones, y demás, como una marea negra y pestilente.

P: ¿Dónde está la sabiduría? ¿Y dónde la gracia?

R: Dentro de uno. La gracia si estuviera fuera, vendría y se iría, pero está dentro de uno. Hay que ganarla, hay que activarla, hay que merecerla. No viene gratuitamente. Es lucidez y compasión. Igual que un ave necesita de ambas alas para remontar el vuelo, así las alas para remontar el vuelo hacia el Ser son la lucidez y la compasión.

P: ¿Qué reacción te despierta la muerte?

R: Déjame hacer una broma, querido Joaquín: cuando me esté muriendo te lo diré. Mientras tanto es una idea, pero una idea que hay que instrumentalizar para ser más honesto, vital, sabio, amoroso. El recordatorio de la muerte es fantástico. Tenemos que aprender a soltar, empezando por este cuerpo, que un día dejaremos como unos zapatos viejos. Decía Buda que ante la muerte todo palidece. Recordarla nos hace más humildes. Si fuéramos a cada momento conscientes de la muerte no seríamos tan mezquinos, no tendríamos tantos apegos bobos, seríamos más cooperantes y amaríamos más a los seres queridos, pues les podemos perder en cualquier instante.

P: Una ultima pregunta: ¿Cómo convertirse en uno mismo? ¿Cómo tratas tu de hacerlo?

R: Si un actor cuando está desempeñando un papel, se creé el personaje que interpreta: eso es alineación. Si nos creemos el yo social, eso es enajenamiento. No me lo creo, trato de no creérmelo jamás. Hay que despojarse de muchas cosas que están en uno para ser uno mismo. Considero esenciales la meditación y la contemplación. No hay que vivir en base al ilusorio yo idealizado, sino a sí mismo; ni en base a descripciones ajenas o creencias con las que nos han adoctrinado. Hay que tomar el cielo por asalto, que quiere decir ser intrépido para merecerlo. Por eso en el yoga no solo hablamos de aprender, sino de desaprender. ¡Cuánto hay que desaprender para ser uno mismo!. Como digo en mi novela El Faquir, el deber de todo aprendiz es seguir aprendiendo. Siempre estoy aprendiendo. Me reviso, me vigilo para tratar de ir superando autoengaños y trabajar sobre mi lado difícil y confiar en los aliados internos. No hay día sin yoga ni meditación para mi. Pero todos los días traigo a mi mente un viejo adagio que me refirió un maestro: “Estamos en la vida para ayudarnos. No hay otra cosa que el amor”.


Que así sea, querido Ramiro.

Gracias por tu tiempo. Gracias por tu inspiración.

Joaquín Tamames
Fundación Ananta
Marzo de 2010



(Fuente: Fundación Ananta FB)