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domingo, 1 de junio de 2014

Del desasosiego a la serenidad

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No hay persona que no conozca el  desasosiego y asimismo la vivencia de la angustia. El desasosiego es una sensación de agitación, incertidumbre, impaciencia, temor difuso, ansiedad o zozobra. Toda persona experimenta desasosiego cuando algo no acontece como esperaba, cuándo hay un estímulo que se interpreta como amenazante o cuando hay que atajar una situación difícil o soportar una circunstancia desfavorable; pero además el desasosiego asalta muchas veces a la persona sin causa aparente, simplemente porque se desencadena en ella de repente o incluso en los momentos o situaciones más inesperados. ¿Por qué? Puede haber en tales instantes causas químicas incluso, pero más generalmente se debe a que la persona no está totalmente armonizada y de repente surge esa sensación desagradable. Como la fiebre es al cuerpo, la ansiedad es al alma. Una y otra son síntomas y nos avisan de que algo no opera adecuadamente, sea en el cuerpo o en la mente. A veces las causas se pueden descubrir, pero otras se nos escapan. Pero de lo que no hay duda es que el desasosiego nace unas veces de nuestro núcleo interior de cáos y confusión, y otras como una reacción asociada al temor, la inseguridad, el sentimiento de frustración o fracaso, la incertidumbre o a otros innumerables factores tanto externos como internos. Lo que es cierto es que el desasosiego se manifiesta más en la persona menos madura e integrada psíquicamente, más inestable y menos segura de sus propios recursos internos. A veces se presenta como ansiedad y admite muy diversos grados de intensidad, desde una leve inquietud a una incontrolada angustia.  

Una sociedad como la nuestra es caldo de cultivo para el desasosiego, la incertidumbre, el miedo y la zozobra. La gran mayoría de las personas no disfruta de una verdadera y enriquecedora vivencia de serenidad y están, sin percatarse muchas veces de ello, desasosegadas, viviendo una sensación de ansiedad a la que aparentemente se habitúan, pero que interiormente las va minando o por lo menos les quita la grata vivencia de la paz interior y la inspiradora serenidad. Otras están tan estresadas y dan tan poco tiempo a su ser interior, que están muy distantes de la verdadera tranquilidad y se hallan inmersas en un escenario continuado de inquietud, ansiedad, impaciencia, apresuramiento, autoexigencias y disipación de sus mejores energías, lo que puede producir psicastenia, debilidad psicosomática, angustia y apatía. 

El desasosiego nos puede llegar por dos vías: la procedente del exterior, por circunstancias adversas, inconvenientes, dificultades de cualquier orden y factores ansiógenos en general, o por la interior, debida a nuestra falta de autoconocimiento y armonía psíquica y siendo víctimas de nuestros conflictos internos, ambivalencias, semidesarrollo y falta de madurez. Tambien viene el desasosiego causado por falta de entendimiento correcto, apego, ofuscación mental, avidez y aborrecimiento, complejos y traumas y sufrimiento existencial. Otras veces por la forma de vida que llevamos y no querríamos llevar o por relaciones que nos lesionan o por tantas cosas más. Pero muchas veces la ansiedad es como una alarma que nos está anunciando que algo en nosotros debe cambiar, sea dentro o fuera. Tambien muchas veces nuestros estrechos puntos de vista o nuestras actitudes inadecuadas son causa de ansiedad, como, por ejemplo, cuando no aceptamos lo inevitable. El lado conflictivo de la mente, generando tensiones, crispaciones, disgustos y preocupaciones innecesarias es también un foco de desasosiego. 

La serenidad hay que irla ganando dentro de nosotros, poniendo para ello las condiciones adecuadas y llevando a cabo el trabajo interior que nos permita conocernos, superar nuestros agujeros y torturadores psíquicos, desarrollar la consciencia y una comprensión más clara de los hechos, cultivar la ecuanimidad  y aprender a mirar el transcurso de los acontecimientos desde nuestro "punto de quietud" sin dejarnos tanto identificar y atrapar por las circunstancias adversas. Nos será de gran utilidad en este sentido practicar con alguna asiduidad la meditación y tratar de estar más atentos, sosegados y lúcidos en la vida diaria. Como decían los antiguos sabios de la India, nada hay que pague un instante de paz, y es en la serenidad donde se hace escuchar la voz de nuestro yo más profundo. La conquista de la serenidad debe ser una de nuestras más destacadas prioridades. Ganamos la serenidad para nosotros y la compartimos con los demás. Si algo necesita este mundo convulso es serenidad, porque de la misma nace la lucidez y de la lucidez la compasión.



(Ramiro Calle)
(Fuente: Fundación Ananta)