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15 de mayo: De la indignación a la Ilusión
En las próximas semanas y meses, veremos cómo toma cuerpo la reivindicación y extensión del lema democracia real ya. Todo indica que su poder irá in crescendo. La mejor prueba radica en la toma de las plazas y en las acampadas declinadas en las distintas ciudades. La red social es hoy un hervidero en favor del movimiento y su réplica en calles y plazas lo hace aún más fuerte. A fecha de hoy, no obstante, y lejos de predicciones siempre discutibles, se pueden ya avanzar algunas cuestiones.
En primer lugar, el movimiento del 15 de Mayo es certero en sus críticas. La política, tal y como hoy la conocemos y tal y cómo la aplican los partidos políticos (hacer pagar la crisis a los sectores más débiles de la sociedad), ha llevado a la indignación a una parte creciente de la sociedad. En los últimos años hemos asistido, atónitos, al rescate multimillonario de grandes bancos a la vez que se producían constantes recortes sociales, agresiones a los derechos elementales y privatizaciones encubiertas que han disminuido a marchas forzadas, antes desconocidas, el ya escaso, por raquítico, Estado bienestar español. Hoy nadie duda que esta política es un peligro para nuestro presente y nuestro inmediato futuro. Precisamente, la indignación se explicita cuando se enfrenta a la cobardía de los políticos, incapaces de poner cerco al gobierno de las finanzas: ¿dónde quedaron las promesas de la humanización del capitalismo después de la crisis de las subprime? ¿Dónde quedó lo de acabar con los paraísos fiscales? ¿Dónde acabó el control sobre el sistema financiero? ¿Dónde lo de gravar a las rentas especulativas? ¿Dónde lo de dejar de subvencionar fiscalmente a aquellos que más tienen?
En segundo lugar, el movimiento del 15 de Mayo es mucho más que un toque de atención para las llamadas izquierdas. Pudiera ser (de hecho es lo más probable) que el 22 de Mayo, día de elecciones locales, y también autonómicas en muchas comunidades, la izquierda recibiera un rotunda varapalo. En tal caso se trataría quizás de la antesala de lo que seguramente ocurrirá en las elecciones generales. Lo que hoy se puede asegurar, con toda certeza, es que la izquierda institucional (partidos y grandes sindicatos) es blanco de la desafección política generalizada por su nula capacidad para presentar propuestas novedosas en el marco de la crisis. Y es ahí donde se encuentra la doble explicación de su derrota electoral. Por un lado, sus políticas no son capaces de salirse de un marco de lectura completamente tendencioso de la crisis, que acepta, ¡a día de hoy!, que el problema es un problema de escasez de recursos. Digámoslo alto y claro: no existe tal problema de escasez; el problema radica sencillamente en la extrema desigualdad de la distribución de la riqueza acentuada cada día por la disciplina financiera: ¿dónde están los beneficios infinitos de la burbuja inmobiliaria? ¿Y de las obras faraónicas como los aeropuertos de Castellón o Lleida, por poner solo algunos ejemplos? ¿A quién beneficia y enriquece el gigantesco problema de deuda de tantas y tantas familias y personas? Por otro lado, la izquierda no sabe ponerse al lado y trabajar con los movimientos emergentes que reivindican democracia y libertad: ¿quién no recuerda lo que dijo el presidente Zapatero cuando se presentó la propuesta de la dación de pago? ¿Quién le sirvió de contraparte: los millones de hipotecados/as o los grandes intereses bancarios? ¿Y qué decir de la indecente Ley Sinde? ¿Con quien estaba, con los que dan forma a la red o con quienes quieren hacer de ella un negocio como si la cultura fuera una mercancía más? Mientras la izquierda no sea capaz de ponerse al lado y al servicio de los movimientos de ciudadanía, mientras no sea capaz de salirse del guión de las élites financieras y económicas y proponer planes B para salir de la crisis, su travesía por la oposición se prolongará indefinidamente. Ya no hay tiempo de más prórrogas: sencillamente o cambian o mueren como actores sociales legítimos para los principios que dicen representar.
El tercer lugar, el Movimiento 15 de Mayo muestra como la ciudadanía, lejos de la pasividad que le suponen tantos analistas, ha sabido organizarse y autoformarse en una época de abandono institucional y fuerte crisis de la representación política. Las nuevas generaciones han sabido dar forma a la red inventando nuevas maneras de “estar juntos”, sin el recurso a clichés ideológicos, armados de un sabiopragmatismo, escapando de las categorías políticas preconcebidas y de los grandes aparatos burocráticos. Estamos asistiendo efectivamente a la construcción de “minorías mayoritarias” que exigen democracia frente a la guerra del “todos contra todos”, de la atomización imbécil propuesta por el neoliberalismo; y que exigen derechos sociales frente a las lógicas de privatización y ajuste impuestas por los poderes económicos. Y aquí es más que probable que no valgan (o valgan poco) los esquemas preestablecidos, las vueltas imposibles al pasado de la mano del retorno al Estado y a la plena ocupación, tal y como pretenden casi todas las izquierdas, desde la más radical hasta la más tibia. Reinventar la democracia exige cuanto menos apuntar nuevas formas de distribución de la riqueza, una ciudadanía para todos/as con independencia del lugar de origen (esto es, a la altura de los tiempos globales), la defensa sin ambages de los comunes (de los recursos ambientales pero también del conocimiento, la educación, internet y la salud) y otras formas de autogobierno de la multitud que superen la corrupción de las actuales.
En cuarto y último lugar, es obligatorio recordar que el Movimiento del 15 de Mayo se vincula a una corriente de reivindicación que toma forma en distintas partes de Europa a partir del rechazo a las llamadas políticas de austeridad. Una reivindicación y movilización que empieza a poner en jaque al desierto de lo real, el sueño de esa Europa muda y amorfa a la que aspiran las élites políticas y económicas. Se trata aquí de las campañas de UKUnCuts frente a la política de Cameron, de la movilización de Geraçao a Rasca en Portugal o de lo sucedido en Islandia tras la negativa de la ciudadanía a pagar el rescate financiero. Y a la vez, y sobre todo, se inspira en la llamada “Primavera Árabe”, que a través de la revueltas democráticas Egipto y Túnez, consiguieron la destitución de sus corruptos gobernantes.
No sabemos, obviamente, cuál será el destino último del espíritu del 15 de Mayo. Pero lo que si podemos decir, con toda certeza, es que ya existen al menos dos planes contra la crisis: los recortes o la invención de la democracia real. Del primero conocemos sus resultados: no solo no nos han devuelto la “normalidad” económica sino que han derivado en un “todos contra todos” y “sálvese quien pueda”. Del segundo, que promete una política de la democracia absoluta, constituyente, sólo podemos decir que acaba de empezar y que marca nuestra ruta. Es a ese al que nos apuntamos.
(Tomás Herreros y Emmanuel Rodríguez. Universidad Nómada)