Páginas

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Extraño

Decían de mí que era un chico extraño. ¡Extraño! Como si ellos fuesen capaces siquiera de intuir una milésima parte de lo que pasaba por mi cabeza. Así me llamaban, el chico extraño. Solían pasar bajo mi balcón, que oteaba desde lo alto la plaza del pueblo, con su fuente de piedra de la que manaba, fuese invierno o verano, el agua más fresca y cristalina que jamás boca humana ha probado. Allí, en mi balcón, pasaba las mañanas y las tardes, observando el horizonte o leyendo un libro o escribiendo en una cuartilla. Ellos pasaban bajo mi balcón y me miraban, atónitos. Y también murmuraban, yo los oía, aunque ellos no lo supiesen. ¡Extraño! Yo era extraño porque me deleitaba soñando con los mundos más allá de las montañas, imaginando las aventuras de los libros o dando rienda suelta a mis pensamientos, no siempre inteligibles, en una hoja en blanco. Pasaban y alzaban la mirada. Yo los veía, aunque ellos no lo supiesen. ¡Extraño! Yo era el chico extraño, porque no me unía a ellos, porque evitaba su presencia, porque me incomodaba el bullicio del pueblo en verano. Pero no penséis que vivía apartado del mundo. No, vivía apartado de su mundo, del mundo vano y superficial que ellos mismos habían formado.

¡Extraño! Decían que era extraño que me pasase horas y horas en un balcón, con la mirada perdida en el cielo, siguiendo los vuelos de las golondrinas, volando con las cigüeñas, flotando en el aire con cada campanada del reloj de la vieja iglesia. Sí, definitivamente era muy extraño, porque devoraba libro tras libro como si me fuese la vida en ello. Era extraño porque escribía cartas sin destino, cartas que en una botella surcaban el río y con un poco de suerte alcanzaban la mar. Algún atrevido iba más lejos. No, ese chico no es extraño, ese chico está loco. Puede ser, puede que estuviera loco, pero vivía en plenitud mi locura. Estaba locamente enamorado, enamorado de la vida que me esperaba en el futuro, lejos de aquellas tierras, lejos de aquellas gentes que se entretenían murmurando a espaldas de los demás, que vivían de falsas apariencias.

El pueblo era mío por las noches, cuando todos se habían retirado a sus casas. Era entonces cuando yo bajaba y respiraba el aire fresco, cuando me tumbaba sobre la plaza de piedra, junto a la fuente, y la escuchaba. ‘No te preocupes, alma en pena, tú no eres extraño, tú no estás solo. Algún día…’ Y yo le contestaba a la fuente, porque ella era mi amiga, mi confidente. Como los árboles, ellos también me hablaban. Me perdía entre ellos, intentaba abrazarlos, les abría mi corazón y ellos me respondían cantando las más bellas melodías del firmamento. Las estrellas también me comprendían y me sonreían desde lo alto. Cuando me sentaba a la orilla del río, la luna llena se reflejaba sobre las aguas. Allí sentado me sentía feliz, rodeado por la noche, hasta que me quedaba dormido sobre el manto verde. Con el rayar del alba, el viento se enredaba entre mis cabellos y me despertaba. Ya es la hora, me decía. Y yo volvía a mi balcón, a ver pasar el tiempo, a soñar con la noche siguiente, a pensar qué misterios me serían revelados.

¡Extraño! Despreciar la superficialidad, huir del ruido sin sentido, bucear en lo más profundo del alma, buscar no sólo respuestas a las preguntas, sino preguntas que responder, hablar con el agua, reír con la luna, bailar con los árboles, escuchar al viento, volar con los pájaros, llorar con el corazón, abrazar la noche, descubrir el alma, volver a ser niño, creer en el hombre, adentrarme en una mirada, sentir que estoy vivo, saber que el amor existe, buscar el sentido de la vida, crecer en silencio… ser libre, sin ataduras, sin prejuicios, sin doble moral, sin miedos. En definitiva, ser extraño entre extraños, libre entre esclavos, dueño de mi alma.

FERTXU